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Esperando que Cristina se vaya |
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| Argentina nunca ha sido un lugar sencillo para las empresas extranjeras. La ineficiencia y la inflación han plagado al país durante décadas. Esas crisis que se producen cada doce años se aceptan como destino. Recientemente, sin embargo, la hostilidad del gobierno ha hecho aún más difícil hacer negocios allí. La presidenta Cristina Fernández tiene la costumbre de golpear las empresas foráneas: ella ha culpado a Shell de obligarla a devaluar el peso; amenazó con una bofetada a la impresora americana, RR Donnelley, con cargos de terrorismo; y acusó a American Airlines de estar en connivencia con los acreedores que llevaron Argentina al default en julio. "Buitres con turbinas," llamó a la compañía aérea.
Ahora una serie de redadas fiscales tienen a las empresas extranjeras en el límite. A finales de noviembre la agencia tributaria de Argentina, AFIP, acusó al banco HSBC, de ayudar a más de 4.000 argentinos a evadir impuestos. A principios de ese mes AFIP anunció que había suspendido las operaciones de Procter & Gamble en el país por su presunta sobrefacturación de US$ 138 millones en productos higiénicos importados para evitar los impuestos y obtener dólares fuera del país. P&G ya parece haber reanudado su actividad en Argentina. Se negó a decir si se había llegado a un acuerdo con la AFIP, que según expertos, tiene incentivos dobles: como toda agencia tributarias, pretende cobrar las cuotas, pero también trata de asegurar que los dólares no salgan del país. Desde 2011 las empresas no han podido repatriar sus ganancias libremente. Fernández impuso esta pinza, junto con los draconianos controles de divisas, para frenar la fuga de capitales. También restringe las importaciones, lo que obliga a las empresas a exportar mercancías equivalentes en valor a todo lo que importan.
El plan de Fernández ha fracasado: las reservas de divisas han caído a US$ 29 mil millones, de US$ 52000 millones en 2011. Sin embargo, las medidas, junto con las distorsiones de precios creadas por tener múltiples tipos de cambio y una inflación en el 40%, han convertido a la Argentina en uno de los peores lugares del mundo para operar una empresa. En respuesta, unas 40 empresas extranjeras han dejado o congelado sus operaciones desde 2011, incluyendo Elektra, un minorista de electrónica de México; British Gas y marcas de lujo como Calvin Klein y Cartier. El año pasado Vale, un gigante minero brasileño, se retiró de un proyecto de potasa de US$ 6000 millones y desde entonces abandonó el país. En noviembre, Carolina Herrera, una marca de ropa, anunció también que cerraría su tienda debido a la dificultad para conseguir los productos en el país.
De las empresas que quedan, muchas han recortado sus operaciones. La inversión extranjera directa en el primer semestre de este año fue de menos 55 millones de dólares, en comparación con US$ 5,9 mil millones en el mismo periodo de 2013. Algunas han buscado formas creativas de hacer frente a la situación. American Airlines dejó recientemente la venta de boletos en pesos argentinos más de 90 días antes de un vuelo para limitar su exposición a la inflación o la devaluación potencial. Una filial de Ford recientemente compró una fábrica de aceite de oliva, buscando engrasar sus canales de importación y también limitar sus acciones de la moneda argentina. Otras simplemente están esperando al próximo año para tomar decisiones importantes. En octubre de 2015 los argentinos elegirán al sucesor de Fernández. Los tres principales candidatos tienen fama de ser más amigables con los negocios de lo que ella lo ha sido. Pero hasta que uno de ellos tome la oficina, las empresas extranjeras en Argentina están en un camino difícil.
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Este es el resumen del artículo "Esperando que Cristina se vaya" publicado en en la revista The Economist.
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