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Mal tiempo a la vista | 
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| Mientras Dilma Rousseff se preparaba para su segunda toma de posesión de la presidencia de Brasil el 1 de enero, el cielo de Brasilia estaba despejado. Pero el pronóstico para los próximos cuatro años es de lo más sombrío. Entre las cosas que debería hacer Rousseff están: reparar las relaciones con Estados Unidos, resolver el problema de la deforestación del Amazonas y una de las peores sequías de todos los tiempos.
Pero las nubes de lluvia se ciernen sobre todo sobre la economía del país. El final del superciclo de materias primas ha significado una caída de las exportaciones brasileñas de soya, hierro y, más recientemente, petróleo. Además, las políticas de Rousseff en su primer gobierno fueron desastrosas, pues socavaron las finanzas públicas y su credibilidad.
Además, su popularidad se verá afectada por cualquier plan de austeridad. Los precios de la gasolina ya se dispararon. La electricidad y el transporte público seguirán esta misma tendencia. El plan más reciente para aumentar las tarifas de los autobuses en junio de 2013 desató una de las peores protestas en una generación. Cualquier ajuste financiero lo suficientemente grande como para restaurar las finanzas públicas terminará por producir un aumento del desempleo.
Después de haberles asegurado a los brasileños que apretarse el cinturón no tendrá mayores consecuencias, es muy probable que sea Rousseff la primera que suelte la hebilla. En todo caso, es posible que su nuevo apetito de reforma no se ajuste a su capacidad para llevarlas a cabo.
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Este es el resumen del artículo "Mal tiempo a la vista" publicado en en la revista The Economist.
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