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La caída de un titán |
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| Brasil ha experimentado grandes altibajos durante los últimos 25 años. La inflación se elevó por encima del 2.000% a principios de los años noventa; y ésta solo se esfumó cuando se introdujo una nueva moneda en 1994. A finales de siglo los déficits de Brasil estaban sumidos en deuda, lo que forzó un rescate por parte del FMI en 2002. Pero entonces los males desaparecieron. Brasil se convirtió en un titán de crecimiento, expandiéndose a un 4% anual entre 2002 y 2008, mientras las exportaciones de hierro, aceite y azúcar aumentaban espectacularmente y el consumo interno daba un impulso adicional. Ahora Brasil se encuentra de nuevo en problemas. El crecimiento ha promediado tan solo un 1,3% durante los últimos cuatro años. Una encuesta de 100 economistas realizada por el Banco Central de Brasil sugiere un 0,5% de contracción este año seguido de un crecimiento de 1,5% en 2016.
Ambos elementos de esa predicción –la leve desaceleración y la rápida recuperación– lucen optimistas. Las perspectivas para el consumo privado, que representaron alrededor del 50% del crecimiento del PIB durante los últimos diez años, son pésimas. El poder adquisitivo de los compradores se está erosionando gracias a una inflación por encima del 7%. Las fuertes subidas de precios continuarán. Brasil se enfrenta a una grave escasez de agua; ya que las tres cuartas partes de la electricidad provienen de las represas hidroeléctricas, esto lo está minando de energía. Para prevenir apagones, el Gobierno desalentará el uso de la electricidad mediante una subida de precios: este año los mismos serán incrementados en un 30%. Con el real perdiendo un 10% de su valor frente al dólar solamente durante el mes de enero de este año, el aumento de los precios de las importaciones traerá más inflación.
Existen pocas esperanzas de que los ingresos disponibles mantengan el ritmo. Una de las razones es que la productividad de los trabajadores brasileños no justifique nuevas subidas en los mismos. Durante los últimos diez años, los salarios en el sector privado han crecido más rápidamente que el PIB; a los trabajadores mimados del sector público les ha ido incluso mejor. Ya que el salario mínimo en Brasil se encuentra vinculado al PIB y la inflación, la recesión congelará los salarios reales de las millones de personas que los devengan.
La austeridad también hará daño mientras Joaquim Levy, el nuevo ministro de finanzas de Brasil, intenta balancear las cuentas. Se está introduciendo paulatinamente un aumento de los impuestos sobre el combustible, lo que significa un duro golpe para un país amante de los automóviles. Si el Sr. Levy logra reformar las generosas pensiones del estado, los ingresos de los brasileños de edad avanzada se estancarán.
Exportar no es una respuesta a pesar de la caída del real. Cinco países –China, EUA, Argentina, los Países Bajos y Alemania– adquieren el 45% de las exportaciones de Brasil. Hace diez años el crecimiento promedio del PIB de estas economías, ponderado por sus pesos en el comercio con Brasil, fue del 12%; este año sería bueno que fuera de 5%.
Sin embargo, la mayor preocupación no es que Brasil tenga un año malo, sino que sus palancas de políticas fracasadas signifiquen que éste quedará atrapado en un círculo vicioso. Brasil gastó 311,4 mil millones de reales (6% del PIB) en pagos de intereses durante 2014, representando un incremento del 25% con respecto a 2013. Esto significa que incluso si el intento fiscal del Sr. Levy funcionara –que tiene como meta alcanzar un superávit primario del 1,2% del PIB– Brasil no estará cerca de tener un balance positivo. Los gastos del estado han resultado difíciles de controlar, con un incremento en los pagos de prestaciones a pesar de una disminución del desempleo. En un período de recesión esto será más difícil todavía.
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Este es el resumen del artículo "La caída de un titán" publicado en en la revista The Economist.
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