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Amor que se pierde | 
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| Las colas para comprar productos regulados soy hoy en parte del paisaje venezolano. En muchos supermercados las personas pueden adquirir estos productos según su número de cédula de identidad, una vez a la semana. En algunos, además de su identificación, deben colocar la huella dactilar. La identificación biométrica es la fórmula que encontró el gobierno para combatir a los bachaqueros, como se les llama en Venezuela a los revendedores, en honor a un tipo de hormiga cortadora que puede acabar con una plantación en una noche, así como estos revendedores suelen vaciar los estantes de las tiendas en una jornada. Estas colas son también una evidencia de la fuerza implacable de las leyes básicas de la economía y un laboratorio viviente para estudiar los estragos provocados por el gobierno a escala microeconómica. El discurso oficial las atribuye a la “guerra económica” que estaría librando EUA contra la “revolución bolivariana”, para derrocar a Maduro y apoderarse del petróleo venezolano. Pero ni los mismos chavistas creen demasiado en esa “teoría de la conspiración”.
El gobierno de Maduro acaba de decretar un nuevo aumento del salario mínimo, el número 28 en 15 años. Economistas señalan que esa necesidad constante de aumentar los salarios ilustra los errores en el manejo de la economía. Entre 1999 y 2013 la inflación acumuló un 2.264%, es decir, la canasta básica aumentó de precios más de 20 veces. En 2014, el segundo año de más alta inflación en 18 años, fue de 64%. Cálculos muestran que los alimentos y bebidas, que conforman un tercio del índice inflacionario del país, han subido 7.614% entre 2001 y 2014, justo el período en el cual arreciaron los controles sobre la economía. Hoy, alimentos básicos y regulados son los que más escasean en Venezuela. Algunos precios congelados quedaron tan desfasados entre las constantes devaluaciones y la inflación, que aumentarlos dramáticamente sería la única forma de equilibrarlos con los costos, mejorar el abastecimiento y contrarrestar el mercado negro y el contrabando.
El discurso opositor suele reducir el tema de las perennes colas a la escasez y el desabastecimiento. Pero las razones van más allá y se relacionan con el fracaso de un modelo de control cambiario. Un paquete de detergente Rindex, “hecho en la República Bolivariana de Venezuela”, tiene el precio marcado de Bs 29,15. Quien tenga la paciencia de hacer la cola puede pagar eso, que equivale a US$4,6 al tipo de cambio oficial de 6,30. Si le aplica la otra tasa oficial, de Bs 12 por dólar que regirá todas las importaciones que no sean alimentos ni medicinas, el mismo kilo de detergente vale US$2,43. A la otra tasa oficial, la del mercado libre recién inaugurado por el gobierno y que abrió en Bs 170, el mismo kilo de detergente vale sólo 17 centavos de dólar, pero en el mercado negro puede comprarse en 300 bolívares: la brecha se parece a la que existe entre los tipos de cambio oficial y el del mercado negro.
Mientras la gente más pobre y los revendedores hacen largas filas en supermercados para comprar productos básicos regulados por el gobierno, en esos mismos establecimientos es posible comprar mercancías provenientes de docenas de países, tasadas a dólar libre, y sin hacer ninguna cola. Claro, si usted tiene dinero suficiente. Las opiniones abundan. Unos aseguran que las colas son culpa de Maduro, pues Chávez no hubiera permitido que proliferaran. Otros creen que la estrategia del gobierno es errada, que no hay suficiente producción. Una reciente encuesta de la firma Datanálisis reveló que la aprobación a Maduro ha caído por debajo de 25%, mientras el 85% tiene una evaluación negativa de la situación del país.
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Este es el resumen del artículo "Amor que se pierde" publicado en en la revista América Economía.
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