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Sobriedad en el carnaval |
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| El alcalde de Río de Janeiro Eduardo Paes, anfitrión en los próximos Juegos Olímpicos en agosto de 2016 y quien supervisa la totalidad de los preparativos, espera demostrar que Brasil puede completar grandes proyectos en tiempo y dentro del presupuesto. Pero por estos días, la contaminación en la Bahía de Guanabara Bay es tan fuerte que los navegadores olímpicos tendrán que esquivar perros muertos. Muchas de las firmas constructoras responsables por la construcción de las locaciones están involucradas en el escándalo milmillonario que rodea a la petrolera estatal Petrobras. La experiencia de la pasada Copa Mundial de Fútbol (que les costó a los contribuyentes US$ 9 mil millones) no fue nada alentadora. La irritación popular con la corrupción y la extravagancia en los gastos en proyectos ostentosos provocaron las mayores protestas en Brasil en toda una generación.
No obstante, hay razones para creer que el optimismo de Paes no es solo propaganda política. Su partido sostiene amistosas relaciones de negocios con la coalición de gobierno en Brasilia, y él, que sobresale como un modernizador, ha persuadido a los inversores privados de pagar dos tercios del costo de los estadios a través de asociaciones público-privadas. Desde la Copa Mundial, Brasil ha reforzado los controles sobre la corrupción, y quienes coordinan los juegos se quejan del acoso de los auditores federales. Paes promete juegos austeros, sin nuevos y ostentosos estadios y hasta aquí, su enfoque sobrio parece estar estableciendo una tendencia. Miles de trabajadores se esfuerzan en los lugares principales de Barra da Tijuca, al oeste de la ciudad y en Deodoro hacia el norte. La Vía Olímpica, un bulevar en Barra inspirado en el paseo sinuoso embaldosado de Copacabana, ya va por la mitad de su planeado kilómetro de longitud. Las canchas de tenis y el velódromo tienen solo un mes de retraso, y los organizadores achacan la demora al acoso de los inspectores.
Comparados con otros juegos olímpicos recientes, los de Río se ven pobres. Brasil reconoce que costarán US$ 12.5 mil millones, que cubrirán los costos de operación y pagará las locaciones para los deportes, los vínculos de transporte, las plantas de tratamiento de agua y la restauración del destruido distrito del puerto. La contribución del gobierno será de 16.4 mil millones de reales, mucho menos que en las Olimpíadas de Londres en 2012. El presupuesto para las locaciones de deportes ha subido, desde 4 mil millones de reales a 6.6 mil millones, según los estándares olímpicos, un aumento modesto. Los cariocas heredarán un sistema de transporte público ampliamente expandido. El estadio de balonmano, planificado como permanente, será desmantelado y remodelado para hacer cuatro escuelas. Los juegos valdrán lo que se ha invertido en ellos (raramente esto ocurre), pero el balance luce mejor de lo que podría haber sido. Mucho puede ir mal aún, y aun si no es así, los críticos de los juegos dirán que su diseño fue defectuoso.
Los grupos de derechos humanos se quejan de que cientos de familias han sido relocalizadas para dar espacio a la infraestructura olímpica sin la consulta adecuada. El crimen es una preocupación, pues tras un éxito inicial, la pacificación de las favelas se ha paralizado. El escándalo de Petrobras hasta ahora no ha afectado las obras olímpicas, pero podría. Una constructora involucrada en el escándalo cayó en morosidad en parte de su deuda en enero. Expertos opinan que se deberían enfocar los gastos en distritos más pobres, como hizo Londres en el East End. Pero faltando menos de 500 días para el comienzo de los juegos, Río parece estar preparándose con la competencia sin ostentación que dice Paes. Si todo sigue yendo bien, el alcalde, cuyo mandato expira después de los juegos del próximo año, sin duda aspirará a cargos superiores y los navegantes competirán bajo la vista del Pan de Azúcar y las montañas del Corcovado.
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Este es el resumen del artículo "Sobriedad en el carnaval" publicado en en la revista The Economist.
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