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El cartel no es para siempre |
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| Por generaciones, la firma De Beers ha manejado el negocio de los diamantes como un cartel. Esta empresa gerencia minas en África del Sur, Namibia y Botswana y obtiene las piedras sin tallar o pulir, las cuales vende después en eventos privados a clientes especializados. No le interesa crear trabajo ni desarrollar otra actividad. Su sistema de distribución no deja espacio para otro competidor (si alguien ofrece mercancía inmediatamente la compra) y así puede dominar el factor precio. Su peculiar funcionamiento ha brindado buenas ganancias a los Gobiernos de los países en los que se encuentran las minas. Botswana, Namibia, Tanzania y África del Sur son cuatro de los países más ricos y estables del continente. Adicionalmente, una sola familia también se ha beneficiado, los Oppenheimer, creadores de este mercadeo de un único canal de distribución.
Pero el imperio se encuentra hoy en día bajo cierta amenaza. Otras grandes mineras han logrado mantener sus suministros de diamantes, lejos del control de De Beers. En Canadá, Australia y Rusia, firmas rivales han encontrado depósitos bastante lucrativos. Además, las minas de De Beers han bajado su producción y, por tanto, ha disminuido su participación de mercado. Sin embargo, continúa siendo el productor más grande de diamantes y un controlador del precio, por lo que su funcionamiento como cartel podría mantener su hegemonía unos cuantos años más. Más que controlar un monopolio puro, De Beers podría gerenciar un cuasi cartel que impide que el mercado se abra por completo.
Para muchos expertos, la industria de los diamantes está cambiando. Desde el 2000, se hizo obligatoria la adopción de estándares diseñados para probar el origen de las piedras, el llamado Proceso Kimberley, que hace posible además que las gemas sean rastreadas. Este acuerdo podría afectar a De Beers que quiere mantener su derecho a comprar los diamantes en cualquier parte y dejar en secreto su origen. Esta empresa ya no posee el mismo interés en comprar cualquier diamante que aparezca en el mercado y sabe que su habilidad de controlar los suministros mundiales está menguando.
Existe otro reto para De Beers, quizá más problemático: Lev Leviev, un israelí millonario que, aunque se ha dedicado al sector del transporte y las propiedades, tiene como pasión el comercio de diamantes. Su Grupo Lev Leviev es la empresa más grande del mundo dedicada a la talla y pulitura de diamantes, y recientemente incursionó en la distribución y venta al detal de las piedras. El empresario tiene fábricas en Armenia, Ucrania, India e Israel, entre otros países, lo que le da poder para retar a De Beers. Además, posee una razón personal para la batalla: como antiguo comprador de De Beers fue obligado a tomar la decisión de comprar o no sin derecho a saber la procedencia de los diamantes. Su descontento al respecto le hizo buscar la alternativa para vengarse de la firma y así logró un joint-venture con una empresa estatal rusa, creando Alrosa.
Después de Rusia, Leviev apuntó a Angola, origen de los diamantes mejor evaluados del mundo y donde De Beers tenía también intereses. Sus operaciones se mezclaron con asuntos políticos. En Namibia, instaló fábricas y las mostró al Gobierno como modelo de fuentes de empleo, retando nuevamente a De Beers, que gerenciaba en ese país a Namdeb, un joint venture con el Gobierno. Una ley de 1999 le permite al Gobierno forzar a cualquier minero a suplir las gemas localmente. Si Leviev lo solicita, el Gobierno podría pedir a De Beers que provea las gemas directamente a la fábrica de Leviev, algo similar a lo que sucedió en Rusia. Y, más importante, si Namibia es capaz de establecer una industria de corte y tallado de diamantes usando sus propias piedras, ¿por qué no podría hacerlo también cualquier otro país productor? Eso sería altamente perjudicial para De Beers.
En Botswana también Leviev ha erigido fábricas bajo el mensaje de empleo para miles de personas. El paso obvio para De Beers sería seguir el juego a Leviev, pero la firma no quiere involucrarse en otras etapas de la producción ya que las condiciones en muchos países no son las mejores para establecer fábricas. A criterio del último Oppenheimer que lidera ahora la empresa, la preocupación principal es que una industria fragmentada no sólo perjudicará a De Beers, sino que hará que todo el sector colapse y que el consumidor pierda la percepción de valor sobre el producto.
Ese es un riesgo, pero existen también oportunidades para De Beers. Aunque ha perdido mercado, este Goliat se ha vuelto más ágil. Ya no enfrascado en defender el cartel, puede tomar decisiones de acuerdo con su interés comercial. De hecho, ahora compra menos piedras a más alto precio, las ganancias importan más que la participación de mercado. El año pasado la empresa produjo ganancias de US$ 676 millones sobre ventas de US$ 5,5 mil millones.
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Este es el resumen del artículo "El cartel no es para siempre" publicado en Julio 17, 2004 en la revista The Economist.
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