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Una vacuna contra el odio |
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| Alberto Vollmer es un miembro de lo que el gobierno izquierdista venezolano gusta llamar la “rancia oligarquía”. Pero a pesar de toda su riqueza y prestancia social, Vollmer no es de ningún modo un aristócrata tradicional. Cuando casi 500 familias invadieron sus tierras y establecieron un campamento en febrero de 2000, en lugar de contratar pistoleros para que los echaran, les planteó un trato: “los dejo invadir mis tierras si ustedes me dejan invadir sus mentes.” Cuando una pandilla callejera comenzó a amenazar a los guardias de la empresa, no hizo meter a sus miembros a la cárcel. Les ofreció empleos.
Detrás de su estilo gerencial progresista se encuentra una historia que ofrece un modelo de reconciliación, en un país atascado en medio de un conflicto social y político. Más aún, el manejo que hizo Vollmer de la empresa familiar –Ron Santa Teresa– resulta revolucionario en una América Latina en la cual pocas empresas aceptan la noción de responsabilidad social. Su trabajo le ha valido el reconocimiento de expertos en resolución de conflictos de la Universidad de Harvard, y sus métodos son estudiados actualmente en las escuelas de negocios de América Latina.
Las intensas expectativas de reforma inspiraron a algunos a tomarse la ley por sus propias manos invadiendo grandes latifundios. Entre ellos se encontraba José Rodríguez, un ex sargento de la fuerza aérea que participó en un fallido golpe militar conducido por Chávez en 1992. La invasión de las tierras dirigida por Rodríguez constituyó un choque fuerte, pero Vollmer la enfrentó como si se tratara de un llamado a despertar la conciencia. “Nos concentramos en inculcar espíritu cívico: cosas básicas como hablar por turnos y resolver los problemas juntos”, cuenta Vollmer, quien encontró un interlocutor bien dispuesto en Rodríguez, el cual entendió que tenía que haber concesiones mutuas si la invasión había de tener éxito.
“No es culpa de Alberto si pertenece a una familia rica –comentó Rodríguez–; y no es tampoco culpa nuestra que estuviéramos en la ladera de una loma sin un techo para vivir”. Elaboraron un plan conjuntamente. Vollmer obtendría los planos de un barrio modelo que ocuparía 60 acres de tierras donadas por la empresa, los invasores tendrían voz y voto en el proyecto y ofrecerían la fuerza de trabajo requerida para la construcción. Las autoridades estatales suministrarían las carreteras y los servicios públicos, incluyendo electricidad y teléfono.
Rodríguez quedó impresionado. “En este país no hay mucha gente que quiera ayudar con trabajo en los barrios –dijo–. Alberto demuestra interés por sus semejantes”. Cuatro años más tarde, cien casas nuevas de dos dormitorios se alinean limpiamente en el nuevo barrio llamado Camino Real. “Si una cuarta parte de los ricos fueran como Alberto, este país sería diferente”, dice Yelsi Aquino, de 31 años, mujer desempleada que se mudó recientemente a una de las nuevas casas junto con su marido.
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Este es el resumen del artículo "Una vacuna contra el odio" publicado en Noviembre, 2004 en la revista Revista Poder.
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