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El triunfo de la sinrazón |
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| La economía neoclásica se apoya en el supuesto de que los humanos son seres racionales con una clara idea de lo que les conviene más y capaces de obtener el mayor beneficio de cualquier situación. Dentro de este marco, el precio es una señal que nos ayuda a decidir la combinación de trabajo, gasto y ahorro que más nos conviene. La economía neoclásica asume que el proceso de toma de decisión es racional. Pero esto contradice las crecientes evidencias de que las decisiones dependen de nuestras emociones (incluso cuando la razón está claramente involucrada).
El papel de las emociones al tomar decisiones tiene mucho sentido. Dadas las situaciones a las que nos enfrentamos repetidas veces en el pasado, como obtener alimento o pareja, o confrontar amenazas, el mecanismo neural requerido para sopesar los beneficios y perjuicios fue modelado por la evolución para obtener un resultado óptimo. Y puesto que las emociones son el mecanismo mediante el cual los animales tienden a dichos resultados, la teoría evolutiva y la economía predicen las mismas consecuencias prácticas en estos casos. Pero, ¿esto se sigue aplicando cuando el mecanismo ancestral tiene que responder a la modernidad urbana?
George Loewenstein, economista de la Universidad Carnegie Mellon, cree que no. En particular, Loewenstein sospecha que las “compras modernas” han subvertido el mecanismo de toma de decisiones de un modo que alienta la creación de deudas. Con el fin de probar esta hipótesis, se reunió con varios colegas para ver qué sucede en el cerebro cuando estamos decidiendo qué comprar.
Los investigadores descubrieron que diferentes partes del cerebro están involucradas en las diversas etapas de una compra. Por ejemplo, el nucleus accubens es la parte más activa cuando tenemos el producto enfrente. El comportamiento neural de las personas cuando están comprando parece depender de una vieja evolución de circuitos neurales dedicados a la anticipación de premios y a evitar los peligros. La hipótesis de Loewenstein es que en vez de sopesar el bien presente con las alternativas futuras (como sugiere la economía ortodoxa), la gente hace en realidad un balance entre el placer inmediato de poseer un producto y el dolor inmediato de tener que pagarlo.
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Este es el resumen del artículo "El triunfo de la sinrazón" publicado en Enero 13, 2007 en la revista The Economist.
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