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Imitar la propiedad es robo



Revista: The Economist
Tema: Propiedad intelectual
Fecha: Mayo 17
Cuando se habla de falsificación, la mayoría de la gente piensa en dinero, pero no es así, se incluye un rango de productos que ha sido ampliado con las ventajas de la nueva tecnología: CDs, medicinas, teléfonos celulares, alimentos, bebidas, partes de automóviles e incluso tabaco. A partir de las innovaciones, se ha mejorado la calidad y el costo de las imitaciones, a tal punto que resulta difícil diferenciar un artículo genuino del que no lo es.

La capital internacional de esta actividad ilegal es China, al menos US$ 16 mil millones de artículos vendidos en ese país son falsificaciones. De los afectados por ejemplo, Procter & Gamble indica que pierde entre 10% y 15% de sus ganancias mientras que la International Intellectual Property Alliance dice que 90% de las grabaciones vendidas en la región son piratas. Lo que se exporta es otra cantidad adicional y se nutre de un sofisticado sistema de distribución manejado por sindicatos de crimen organizado que se valen de las mismas prácticas que el narcotráfico.

La falsificación se vale de la mano de obra más barata de otros países para copiar los productos y se apoya en la popularidad de las marcas. Un simple diseñador de etiquetas puede convertir una franela de US$ 10 en un objeto aspiracional de US$ 100. Y no tienen preferencias en cuanto a tamaño, puede consistir en una pequeña empresa hasta una industria a gran escala.

La distribución a su vez también puede ser tan diversa como una tienda en la misma calle o una al otro lado del mundo y ser tan compleja como la más intrincada red de narcotráfico o peligrosa, si posee conexiones con el terrorismo (el suceso de la bomba de 1993 en el World Trade Centre fue financiado en parte por un falsificador de franelas en Nueva York).

Estudios indican que este negocio le ha costado a la Unión Europea 17.120 puestos de trabajo y reduce el PIB en US$ 7,4 mil millones al año. Mientras tanto, algunos enfatizan en el beneficio a poblaciones del tercer mundo que no pueden adquirir algunos bienes de marca. Los daños parecen ser mayores que los beneficios, sobre todo cuando se trata de la calidad de los componentes o ingredientes usados para la falsificación y en el peligro que suponen para usuarios o consumidores estos artículos copiados.

En cuanto a las políticas oficiales sobre el combate a este delito, muchos países alegan la obligación de dedicar los recursos a problemas más graves como los crímenes o el tráfico de drogas. Y también se expone que el eliminar estas empresas significaría dejar sin trabajo a un gran número de personas.

La esperanza está en que cada país tome sus propias medidas cuando logre su estabilización económica. En los sesenta Japón era líder de la falsificación, en los setenta la distinción pasó a Hong Kong; en los ochenta tocó el turno a Taiwan y Corea del Sur y en la actualidad es China. Así como cada país ha logrado desarrollar su propia industria, ha introducido también leyes y penalizaciones para combatir la falsificación. Algún día, China deberá seguir la misma ruta.




Este es el resumen del artículo "Imitar la propiedad es robo" publicado en Mayo 17 en la revista The Economist.

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