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Corona y ancla |
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| Recientemente, el príncipe Carlos y Camilla realizaron un tour de 11 días por varios países del Caribe, entre ellos Trinidad y Tobago, Sta Lucia, Montserrat y Jamaica, en un yate rentado por el gobierno británico a un costo de us$ 80.000 diarios. Es un viaje diplomático, en el cual hablarán de cambio climático, globalización y lucha contra las drogas. Es un viaje de mucho menor impacto que si fuera la reina, o Fergie.
Estrictamente hablando, no es un viaje al extranjero. Veintisiete años después de que la última ex colonia británica se independizara, Isabel II sigue siendo la reina en la mayoría de esos países, siendo Carlos el próximo en la sucesión. Pero al igual que en Gran Bretaña, es un rol ceremonial, ejecutado por un Gobernador General que deja el verdadero trabajo en manos de un primer ministro elegido localmente.
En toda la región, se encontrará a la reina Isabel y a la princesa Margarita en los nombres de escuelas, hospitales y avenidas, lo que sugiere un nexo continuado con la corona británica. Pero se encuentran muy pocos “monarquistas”. Ser gobernados por alguien que vive del otro lado del océano es una raya en su orgullo nacional, pero como en Australia y Canadá, la monarquía sigue existiendo. Aunque muchos gobernantes han prometido declarar la república, ninguno lo ha hecho. La razón: la república trae algunos asuntos inconvenientes. Uno de ellos es que cuando el Gobernador General se retira, el primer ministro nombra uno nuevo, y los votantes aceptan el cambio. Si su título fuera presidente, sonaría menos democrático.
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Este es el resumen del artículo "Corona y ancla" publicado en Marzo 15, 2008 en la revista The Economist.
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