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Odiar lo que haces |
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| La avalancha de suicidios fallidos y consumados (algunos de los cuales fueron explícitamente provocados por problemas en el trabajo) en la que se vio envuelta France Telecom últimamente ha avivado el debate nacional sobre la vida en la corporación moderna. Un hombre se apuñaló a sí mismo en medio de una reunión (sobrevivió). Una mujer salto por la ventana de su oficina en el cuarto piso después de enviarle un mensaje electrónico a su padre: “He decidido suicidarme esta noche… no soporto más la nueva organización”. En total se han suicidado 24 empleados de la firma desde principios de 2008. Y esta situación se ha dado también en compañías francesas de la talla de Renault, Peugeot y EDF.
Sin embargo, este no es un problema exclusivamente francés. El Buró de estadísticas laborales de Estados Unidos calcula que los suicidios relacionados con el trabajo aumentaron en 28% entre 2007 y 2008, si bien la tasa es menor que en Europa. Pero el suicidio es sólo la punta del iceberg de un problema mucho mayor; a decir, el descontento en el trabajo. Según una encuesta realizada por el Centre for Work-Life Policy, una consultora estadounidense, la proporción de empleados que les profesaban lealtad a sus empleadores cayó de 95% a 39% entre junio de 2007 y diciembre de 2008. Por otra parte, según una encuesta más reciente realizada por DDI, otra consultora estadounidense, más de la mitad de los encuestados se sienten “estancados” en sus trabajos; es decir, no tienen nada interesante que hacer y han perdido las esperanzas de recibir un ascenso. La mitad de estas personas buscarán otro empleo tan pronto mejore la economía.
La razón más obvia del aumento de la infelicidad es la recesión, que está destruyendo empleos a una tasa alarmante y es la causa del aumento de la ansiedad entre la fuerza laboral. Pero la recesión también está poniendo de relieve algunos problemas de más larga data. La infelicidad parece ser más común en las compañías automovilísticas, que se enfrentan a un mercado saturado, y en las compañías de telecomunicaciones, que están siendo sacudidas por una revolución tecnológica. Otra fuente de infelicidad es la necesidad de mejorar la productividad, que viene siempre seguida por una obsesión de medir el desempeño. Los grandes minoristas se valen de software especiales para monitorear cuántos segundos se lleva escanear los artículos que hay en una cesta de comestibles, y luego recompensan con mejores horarios a los trabajadores más diligentes. Hay firmas japonesas que, incluso, monitorean si los empleados les sonríen lo suficiente a los clientes. Una tercera fuente es que las compañías les transmiten un mensaje ambiguo a sus empleados. La mayoría de las firmas exigen gran dedicación de parte de sus empleados, pero también se reservan el derecho de despedir a cualquiera a la menor señal de problemas.
¿Qué se puede hacer para contrarrestar esta epidemia de infelicidad? Hay quienes (sobre todo en Europa) propugnan por ampliar los derechos de los trabajadores. Pero esto no acabaría con los problemas ya citados en la industria de telecomunicaciones y en la industria automovilística. Así pues, la solución no está en manos del gobierno sino, por el contrario, en manos de los gerentes. Las compañías deben hacer más que simplemente hablar sobre el lado humano de la gerencia. Según Bob Sutton, de la Universidad de Stanford, las compañías deben ser francas con sus trabajadores, aun cuando esto signifique dar malas noticias. Por otra parte, los jefes deben tener cuidado con las señales que envían. Las frases poco pensadas pueden desatar un frenesí de ansiedad y especulación en los momentos de mayor estrés.
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Este es el resumen del artículo "Odiar lo que haces" publicado en Octubre 10, 2009 en la revista The Economist.
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