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Abajo la diversión |
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| En estos días muchas compañías están obsesionadas con la diversión y su culto se ha expandido como una enfermedad hemorrágica. Algunas firmas han instalado muros de roca para escalar, animales inflables y toboganes en sus oficinas y otras estipulan el uso de disfraces y realizan fiestas sorpresa a los trabajadores exitosos. La diversión en el trabajo se está convirtiendo en un negocio. Un indio que se autodenomina “el gurú de la risa”, vende “yoga para reír” a clientes corporativos y la compañía británica Fun at Work, implementa en las empresas ideas divertidas como reemplazar a las recepcionistas con dobles de comedias televisivas. Google, hasta ahora el campeón de la tendencia, tiene en sus oficinas canchas de volibol, senderos para bicicletas, una réplica de dinosaurio, juegos regulares de hockey sobre ruedas y varias masajistas profesionales. En Twitter usan sombreros de vaquero y hay un equipo dedicado a que los empleados sean felices. Zappos, una zapatería online, se jacta de sus diversiones excéntricas y amenazó con demandar a la Walt Disney por reclamar que era “el lugar más feliz de la Tierra”.
Este culto a la diversión está guiado por tres populares novedades en la dirección del momento: el fortalecimiento, el compromiso y la creatividad. Muchas compañías se enorgullecen de transferirle poder a los empleados de primera línea, pero las encuestas muestran que solo un 20% de los empleados está completamente comprometido con su empleo”; y aún menos son creativos. Los gerentes ruegan porque la “diversión” los haga mágicamente más comprometidos y creativos, pero el problema es que tan pronto como se convierte en parte de la estrategia, deja de ser diversión y se convierte en algo vacío o incluso en una imposición que cansa.
Lo más desagradable de esta moda es que se mezcla con una gran dosis de coerción. Detrás de la fachada de “diversión” acecha un crudo pensamiento gerencial: el deseo de que la compañía quede con la marca de ser la mejor entre sus rivales, o un plan para impulsar la productividad a través de la construcción de equipos de trabajo. En Zappos, no es que solo celebren la excentricidad, ellos la exigen y la diversión con compulsión es casi siempre embarazosa. Twitter se jacta de haber “trabajado duramente para crear un ambiente que aumenta la productividad y la felicidad”. Si es diversión, no debería ser obligatoria. Mientras les imponen diversión artificial a sus empleados, muchas compañías fuerzan a los fumadores a escabullirse afuera como criminales y muy pocas les permiten a sus empleados beber a la hora del almuerzo. Se ha levantado una cruzada contra el romance en la oficina, sobre todo entre diferentes rangos.
Algunos se resisten contra la diversión falsa. Cuando Wal-Mart trató de imponer a sus empleados de Alemania la obligación de sonreírle a todo el mundo y prohibió los romances en el trabajo, desencadenó una guerra que la llevó a dejar el país en 2006. Pero estas victorias son raras. Para la mayoría de los esclavos con salario, forzados a pretender que se divierten en el trabajo, el único alivio es jugarle travesuras a sus atormentadores. La cultura popular da alguna inspiración: El empleador Homero Simpson tiene regularmente “días de sombreros cómicos” pero es negligente con las medidas de seguridad. En la serie televisiva “Mad Men”, que recrea el negocio publicitario de los 60, se le recuerda a la gente un mundo perdido, en que la “diversión” no era una herramienta gerencial y donde los empleados podían tomarse un trago de whisky alegremente a la hora del almuerzo. Un aplauso para eso.
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Este es el resumen del artículo "Abajo la diversión" publicado en Septiembre 18, 2010 en la revista The Economist.
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