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El mago | 
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| Cuando se trataba de armar un espectáculo, nadie más en la industria de la computación, o en ninguna otra industria relacionada con ese asunto, podía igualarse a Steve Jobs. Sus lanzamientos de productos, en los cuales él estaría de pie completamente solo sobre un escenario negro para conjurar un nuevo “increíble” dispositivo electrónico en frente de una multitud asombrada, fueron las actuaciones de todo un maestro artista. Todo lo que hacen los computadores es buscar y reordenar números, explicó una vez , pero lo realizan lo suficientemente rápido y “los resultados parecen ser magia”. El Sr. Jobs, quien muriera durante el mes de octubre a la edad de 56 años, pasó su vida empacando esa magia dentro de productos elegantemente diseñados y fáciles de utilizar.
Como tecnólogo, el Sr. Jobs era diferente porque él no era un ingeniero –y esa fue su gran fortaleza. En cambio estaba obsesionado con el diseño y la estética de los productos, y con fabricar una tecnología avanzada fácil de utilizar. En repetidas ocasiones él tomaba una idea existente pero formada a medias –el computador manejado por medio de un mouse, el reproductor de música digital, el teléfono inteligente, el computador tipo tableta– y le enseñaba al resto de la industria a realizarla de manera apropiada. Las compañías rivales se peleaban mutuamente para proseguir desde el punto en donde él había tomado el liderazgo. En el proceso, él desataba insurrecciones en los negocios de la computación, música, telecomunicaciones y noticias que fueron dolorosas para las empresas pertinentes, pero que eran bienvenidas por millones de consumidores.
Dentro del amplio mundo de los negocios, era un hombre al que le gustaba verse a sí mismo como un hippy, permanentemente con una revuelta en contra de las grandes compañías, que terminó siendo alabado por muchos de esos gigantes corporativos como uno de los más grandes gerentes de su era. Eso fue debido en parte a sus talentos: dotes teatrales, visión estratégica, una espectacular atención a los detalles y un estilo gerencial dictatorial, que muchos jefes deben haber envidiado. Su caída en desgracia en los años 80, seguido por su regreso a Apple en 1996 tras un período deambulando por la selva, es una inspiración para cualquier persona de negocios cuya carrera haya ido de mal en peor. La forma en la cual el Sr. Jobs reviviera la compañía en decadencia que él había cofundado y la convirtiera en la empresa tecnológica más grande del mundo (más grande incluso que la Microsoft de Bill Gates, compañía que dejara en el terreno a Apple de una manera tan dramática en la década de los 80), suena a una especie de película de Hollywood –en la que, sin duda alguna, se convertirá pronto.
Pero quizás lo más sorprendente del Sr. Jobs era la lealtad fanática que él lograba inspirar en los consumidores. ¿Qué otra marca de tecnología es vista impresa sobre las etiquetas de parachoques de vehículos? Muchos usuarios de Apple se sienten a sí mismos como parte de una comunidad, con el Sr. Jobs como su líder. Y ahí había en efecto un vínculo personal. Los productos de Apple estaban diseñados para estar acordes con los gustos del jefe y para coincidir con sus estándares obsesivamente altos. Cada iPhone o MacBook tiene por todas partes sus huellas digitales. Su gran logro fue el de combinar una chispa emocional con tecnología computacional, y hacer que el producto resultante se sintiera personal. Y eso es lo que colocó al Sr. Jobs en el lado correcto de la historia, mientras el epicentro de innovación tecnológica pasaba a ocupar los dispositivos electrónicos durante la década pasada.
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Este es el resumen del artículo "El mago" publicado en Octubre 08, 2011 en la revista The Economist.
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