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La luna creciente y el Occidente menguante |
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| Después de un lento verano, la primavera árabe se ha convertido en un turbulento otoño. Muestra de esto es el repugnante final de Muammar Gaddafi, las ordenadas y abiertas elecciones en Túnez, la muerte de Sultan, el antiguo príncipe de Arabia Saudí y las demandas de que el reino se modernice, así como las prometedoras elecciones legislativas en Egipto y las revueltas y disputas civiles por toda la región. Para el Occidente (cuyos lazos con los dictadores árabes una vez le dieron gran poder en el Medio Oriente), estos eventos se han salido de control, pero el poder que ha perdido en el corto plazo deberá, a largo plazo, ser reemplazado por la influencia nacida de buenas relaciones con gobiernos decentes. El mundo árabe está en mucha mejor forma que hace menos de un año. Las economías de los países afectados por las sacudidas democráticas han decaído, pero las dictaduras y el control estatal sofocaban aún a aquellas que nadaban en petróleo. Una vez que sean abiertas las fronteras de los países árabes y que sus gobiernos se hagan responsables de sus ciudadanos, ellas crecerán más rápido.
Túnez ha guiado el camino. Egipto lo sigue, aunque los generales a cargo de la transición han sido muy ineptos, produciendo miedo de que el país pudiera deslizarse hacia el desorden o el control militar. Libia también debería tener elecciones en un año. Por doquier surge el caos y las disputas, pero este trío del norte de África parece dispuesto a dar un impulso democrático a otros países árabes (incluyendo a Siria), que aún luchan por su liberación. La elevación al poder de un islamismo político no debe alarmar a los demócratas de Occidente y del mundo árabe. En Túnez, el partido islamita, Nahda, que fue prohibido por décadas, ha tenido una victoria despampanante en las elecciones. Los Hermanos Musulmanes de Egipto parece que lo lograrán también, y en Libia los islámicos pueden estar ganando terreno. Parece estar emergiendo un tipo de islamismo político que le viene mucho mejor a este mundo. No hay seguridad de que si los islámicos ganan el poder, lo entreguen en unas elecciones, pero también los gobernantes laicos fallan a veces esta prueba. Y la amenaza del extremismo religioso no se ha materializado.
La fuerza de estas revoluciones radica en que han sido concebidas totalmente en casa. Las de Egipto y Túnez no tuvieron ayuda exterior. Los bravos protestantes sirios están por su cuenta y pudieran, con el tiempo, triunfar. Los nuevos gobernantes de Libia no hubieran triunfado sin los bombardeos de la OTAN, pero la ausencia de tropas Occidentales y de asesores ha contrastado mucho con lo ocurrido en Irak hace ocho años, donde la democracia fue impuesta crudamente a gente no preparada para ella. Tras la muerte de más de 150.000 locales y cerca de 5.000 norteamericanos y otros extranjeros, Irak tiene un gobierno electo libremente, pero no ha desarrollado los hábitos que sostienen una verdadera democracia.
EUA sigue sin gustarles a los árabes en toda la región, aun bajo el mandato de Barak Obama. Su impopularidad se debe en gran parte a lo sucedido en Irak, y también a su apoyo a Israel, a su deseo de usar la fuerza para lograr lo que quiere y a su historia de apoyar a útiles dictadores árabes. Pero en el declinar del poder de Occidente está la semilla de esperanza de unas relaciones futuras más saludables. Aunque los revolucionarios árabes, y los islamistas en particular, no sean muy propensos a tomarlo como modelo, parecen estarse moviendo hacia sistemas políticos y económicos abiertos. Nadie en Egipto, Túnez o Libia está debatiendo acerca de un modelo como el de Arabia Saudí, Irán o China. Miles de estudiantes, hombres de negocio y turistas árabes escogen ir a Occidente a estudiar, hacer sus acuerdos y divertirse. Las perspectivas de una influencia Occidental en el mundo árabe son buenas. Pero en el futuro será ganado con la educación, las inversiones y, cuando sea solicitada, la asesoría para construir instituciones. Estas palancas no funcionan tan rápido como las forjadas en los acuerdos con dictadores inestables e impopulares, pero a la larga, resultarán más confiables.
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Este es el resumen del artículo "La luna creciente y el Occidente menguante" publicado en Octubre 29, 2011 en la revista The Economist.
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