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La paradoja de la prosperidad |
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| Solo hace 20 años, China estaba a gran distancia de ser una súper potencia global. Luego de que a principios de 1992, Deng Xiaoping lograra un apoyo asombroso para sus reformas económicas, la economía de ese país apenas ha tenido que mirar atrás. Comparado con los difíciles tiempos del mundo rico, el progreso de China ha sido constante. Pero bajo la superficie, la sociedad está agitada y el instinto del partido, nacido de todos estos años de éxito, es el de apretar la mano y asediar a los disidentes. Sin embargo, eso solo hará la tarea del partido más difícil. Por el contrario, tendrán que dominar el arte de dejar ir.
A China la mezcla de control político y reforma de mercado le ha brindado enormes beneficios. Su ascenso en las dos últimas décadas ha sido más impresionante que cualquier explosión de desarrollo económico de todos los tiempos. El crecimiento económico anual ha promediado un 10% anual y ha logrado la mayor reducción de pobreza en la historia. Pero para que continúe el ascenso, el modelo tiene que cambiar, pues tanto China, como el mundo, están cambiando. China está capeando bien la crisis global, pero para sustentar una gran tasa de crecimiento, las necesidades económicas necesitan moverse desde las inversiones y las exportaciones hacia el consumo doméstico. Esta transición depende de una división más justa de los beneficios del crecimiento, pues mucha gente se queja de que les llega muy poco.
Los funcionarios del partido citan este creciente malestar como evidencia de los daños de la liberalización y argumentan que la migración puede ser una fuente de crecimiento, pero también causa de inestabilidad. Las protestas de los trabajadores interrumpen la producción y amenazan la prosperidad. La conmoción de la sociedad civil contiene la semilla del caos. Los funcionarios están particularmente alertas a estos cambios en un año en el que una nueva generación de líderes tomará el poder.
Pero hay derechos que la gente en China quiere. La libertad de organizarse pudiera conllevar un ascenso económico del país. Las uniones sindicales ayudan a la paz industrial desalentando feroces huelgas. Los grupos de presión pueden monitorear la corrupción. Las organizaciones religiosas y culturales le dan sentido a la vida más allá del hambre insaciable del rápido crecimiento económico. El sangriento pasado chino ha enseñado al Partido Comunista a temerle al caos por encima de todo, y la otra lección histórica es que quienes se cuelgan del poder absoluto terminan sin ningún poder. La paradoja es que para que China triunfe debe alejarse de la fórmula que tan bien le ha servido. Y que el país siga o no como un coloso autoritario, se estanque, se desintegre o se vuelva más libre y próspero, no solo determinaría el futuro de China, sino remodelaría al resto del mundo.
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Este es el resumen del artículo "La paradoja de la prosperidad" publicado en Enero 28, 2012 en la revista The Economist.
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