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Esclavos del smartphone |
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| Los dispositivos inteligentes pueden dar poder. Ponen el mundo de información en las manos del dueño. Le permiten trabajar desde la casa en horarios flexibles. Promueven la eficiencia permitiendo adelantar trabajo en momentos que de otra manera se perderían (por ejemplo, en la fila para pedir café). Pero para la mayoría de la gente, ese servidor se convierte en el amo. Hasta hace poco eran solo los médicos quienes estaban de turno 24 horas. Ahora todos lo estamos. A los jefes ya no les importa invadir el tiempo libre, y el trabajo invade nuestros hogares. Gente que parecía normal ahora revisa su teléfono inteligente de forma compulsiva, y envía correos a primera hora de la mañana y tarde en la noche.
En parte esto se debe a que estos dispositivos son adictivos. Un estudio demostró que la vibración de un teléfono es el tercer sonido más poderoso que afecta a la gente (después del chillido de Intel y la risa de un bebé). Los iPhone y los Blackberry ofrecen estímulos constantes seguidos de recompensas. Cada vez que se revisa el brillante rectángulo, hay buenas probabilidades de descubrir un nuevo mensaje de un cliente, una felicitación del jefe o al menos una jugosa propuesta desde Nigeria. Los dispositivos inteligentes son la excusa perfecta para procrastinar: ¿cuántos no revisamos el correo para posponer tareas más complicadas?
La hiperconectividad exagera algunas de las tendencias más desestabilizadoras del lugar de trabajo moderno: la caída de la certeza (a medida que las organizaciones abandonan la burocracia a favor de la adhocracia), el auge de la cadena de suministro global y el culto a la flexibilidad. Los dispositivos inteligentes facilitan que el jefe cambie de parecer en el último minuto (por ejemplo informarle a las 11 de la noche que al día siguiente tiene que volar a Pittsburgh) o que le arruine la tarde a la gente en otro huso horario.
Para los empleados, cada vez es más difícil distinguir entre “hora de trabajo” y “hora de descanso”. Para los ejecutivos a veces significan dos días de trabajo solapados: el día formal, lleno de reuniones, y el día informal, que lo pasan tratando de controlar el alud de e-mails y mensajes.
Nada de esto es bueno para los matrimonios ni la salud mental. Puede ser dañino incluso para el negocio. Cuando los jefes cambian de opinión a última hora, se hace difícil planificar el futuro. Diversos estudios han demostrado lo que todos sabíamos: la gente piensa mejor si no está constantemente distraída.
¿Qué se puede hacer para mantener estos dispositivos en su lugar? ¿Cómo se pueden aprovechar los beneficios de la conectividad sin volvernos esclavos de ellos? Una respuesta puede ser la “dieta digital”. Al igual que la comida chatarra nos obliga a ser más disciplinados sobre los hábitos de comida, la abundancia de información chatarra nos debe disciplinar en nuestros hábitos de navegación. Medidas como eliminar su uso antes del desayuno o prohibir los mensajes de texto los fines de semana (o los jueves), pueden mostrar a los dispositivos quién está a cargo. Pero esto solo funcionaría si estuviéramos en una isla desierta o en el fondo del lago.
La única forma de romper el hábito 24/7 es actuar colectivamente, según el libro Durmiendo con su teléfono inteligente de Leslie Perlow. La autora cuenta la historia de cómo una de las organizaciones más trabajadoras, el Boston Consulting Group, aprendió a manejar la hiperconectividad: introdujeron reglas claras sobre cuando se esperaba que el empleado estuviera fuera de línea, y les animaba a trabajar en conjunto para cumplirlas. Al principio fue tomado como burla por algunos, pero eventualmente obligó a la gente a trabajar en forma más productiva y a reducir el agotamiento.
La autora sugiere tomar en serio estas recomendaciones; de lo contrario, el problema de hiperconectividad solo empeorará a medida que los teléfonos inteligentes se hagan más inteligentes y los nativos digitales invadan la oficina. Cada día la gente delega más tareas en sus teléfonos, con herramientas como Siri de Apple.
Según el regulador británico de telecomunicaciones, el 60% de los adolescentes se describen a sí mismos como “altamente adictos” a su dispositivo, así como el 37% de los adultos. A medida que los teléfonos sean más rápidos y las aplicaciones diseñadas para ellos sean más atractivas, la adicción crecerá. Claro que los cónyuges pueden ayudar, lanzando el “maldito” dispositivo por la ventana o al agua. Pero ultimadamente serán las empresas quienes tengan que ser más inteligentes que los dispositivos e insistir en la necesidad de todos de apagarlos de vez en cuando.
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Este es el resumen del artículo "Esclavos del smartphone" publicado en Marzo 10, 2012 en la revista The Economist.
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