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La vista desde Liverpool |
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| Realizar un congreso anual sobre iniciativas empresariales como el Congreso Global de Emprendimiento en Liverpool podría sonar un poco a como dar una conferencia sobre los derechos de las mujeres en Riad. La ciudad se identifica firmemente con un conjunto diferente de valores. Cada ciudadano británico posee un caudal de chistes acerca de sus habitantes locales conocidos como Scousers, quienes supuestamente son unos holgazanes (también se les conoce originalmente como Liverpudlianos). ¿Cómo se le conoce a un Scouser con traje? Como a un acusado en un juzgado. ¿Cuál es el computador portátil de un Scouser? Una pizza. Y así sucesivamente.
De hecho, Liverpool fue el lugar ideal para tal conferencia debido a que la ciudad da una demostración realista de tres puntos que deberían ser el centro de la discusión del asunto. El primero es que las economías empresariales pueden ser destruidas por malos vientos o malas políticas. El segundo es que el precio de esa destrucción es alto, especialmente porque la caída se convierte en autorreforzante. El tercero es que la llama de la iniciativa empresarial es difícil de reavivar cuando ésta ya ha sido extinguida.
Liverpool fue una vez una de las ciudades más emprendedoras en Inglaterra, una superpotencia de transporte marítimo con una próspera red de aseguradoras y casas de cambio. Ésta creó la primera asociación de aseguradoras de Gran Bretaña, su primer instituto de contadores y su primer tren interurbano (hasta Manchester). En el año 1800, dos quintos del comercio mundial pasaban por la ciudad. En varios puntos del siguiente siglo, la segunda ciudad del imperio era más acaudalada que su principal, Londres.
Pero en el siglo XX, mientras el comercio británico se balanceaba desde el Atlántico hacia Europa, la ciudad adquirió el hábito de resistirse a la innovación en vez de adoptarla. Liverpool se convirtió en el seno de las asociaciones sindicales militantes, las cuales apresuraron la caída de la industria del transporte marítimo (al irse a la huelga por estar en contra del transporte en contenedores, por ejemplo) y casi arruinaron al gobierno municipal. Ésta además perdió dinero de sus mejores y más brillantes baluartes: los Beatles pudieron haber revolucionado el negocio de la música con el sonido Mersey, pero ellos pronto migraron a Londres. La historia de Liverpool ha sido repetida infinidad de veces en todo el mundo: piense en Detroit o Buffalo o Cleveland en EUA. Y no existe razón para pensar que no se repetirá de nuevo en la era de la información.
Que mal, la llama empresarial es más fácil de apagar que encenderla o encenderla de nuevo. Los gobiernos de todo el mundo están determinados a promover compañías de alto crecimiento y los otros implementos que conforman una sociedad empresarial: ¿podrá ser mucho antes de que Kim Jong Un anuncie un fondo de capital de riesgo norcoreano? Pero un gran número de legisladores y académicos concentrados en Liverpool en la Fundación Kauffman, la cual promueve iniciativas empresariales, fueron claros en que esto es más fácil decirlo que hacerlo.
Los legisladores han probado ser ineptos al promover iniciativas empresariales. En primer lugar, los políticos se enfocan en ciclos de elecciones a corto plazo y tienden a descartar las políticas de sus predecesores, sean buenas o malas. Pero además existen dos razones mayores. La primera es que los legisladores confunden promover las iniciativas con promover pequeñas empresas, el desarrollo regional o el crecimiento laboral. De hecho, los empresarios serios desean crear grandes empresas, no multiplicar las pequeñas. A ellos no les importa el desarrollo regional. Y habitualmente éstos desajustan los patrones establecidos del empleo en vez de sencillamente crear nuevos por encima de los viejos.
La segunda es que los legisladores están obsesionados con Silicon Valley. Los rusos afirman haber construido un clon de éste en Moscú. Latvia aspira crear su propia industria de capital de riesgo. Las universidades en todas partes se encuentran construyendo “incubadoras” de alta tecnología. Aun así, existe poca evidencia de que el modelo sea transferible. La mayoría de las incubadoras son un poco como los hoteles de baja categoría: los supuestos empresarios se registran, pero jamás se van. La misma industria de capital de riesgo en Silicon Valley se encuentra en aprietos, dada la alta tasa de emprendimientos fracasados, y es probable que no florezca en Latvia. Rohit Shukla del Instituto Larta en California dice que los legisladores deberían dejar de obsesionarse por las agrupaciones empresariales (las cuales con frecuencia son producto de un accidente, no de la planificación) y adoptar en vez las redes globales. El alza de Internet, la creciente importancia de los mercados emergentes y la proliferación de organizaciones de networking como la Indus Entrepreneurs (TiE, un grupo con miembros en 14 países), todos estos facilitan vincular al talento con la oportunidad en todo el mundo.
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Este es el resumen del artículo "La vista desde Liverpool" publicado en Marzo 17, 2012 en la revista The Economist.
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