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Otra opción |
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| La Unión Europea ha estado evadiendo elegir entre dos alternativas: romper definitivamente con el euro, con todas sus repercusiones económicas y políticas, o convertirse en un superestado que transfiera la riqueza a través de los límites nacionales, lo que implica pérdida de soberanía. Sus líderes dicen querer mantener el euro intacto, pero los acreedores del norte, guiados por Alemania, no pagarán lo suficiente para asegurar su supervivencia, y los deudores del sur no aceptarán que gente de fuera les diga cómo manejar sus vidas. Cerca de 60 años de integración están en juego. Solo si los europeos compartieran un sentido de propósito común, se legitimaría un gran acuerdo para salvar la moneda única. Para la canciller alemana Angela Merkel la amenaza del fallo del euro mantiene a los gobiernos rebeldes en el camino de la reforma, pero a la vez corroe la creencia en el futuro de la moneda, lo que eleva el costo de un rescate y acerca el colapso que se dice querer evitar. En última instancia, la elección de Europa se hará en Berlín.
Para muchos, la ruptura permitiría a cada país restaurar el control de su política monetaria, pero los bancos y empresas de todo el continente se derrumbarían, trayendo una cascada de morosidades y demandas legales, y en un peor escenario, caerían las acciones globales, provocando pánico bancario, y un colapso en la productividad. La moneda se devaluaría en las economías débiles y se apreciaría en las fuertes, devastando a los productores de los países ricos. Y sin el movimiento de bienes, gente o capitales, poco quedaría de la UE. Un rescate sería preferible a una ruptura, pero el apoyo del banco central no puede evitar que las economías más frágiles debiliten sus bancos y gobiernos. Las naciones deben compartir sus cargas. El problema no es el tamaño de la deuda, sino su estructura fragmentada. Para sobrevivir, Europa tiene que hacerse más federal: el debate es sobre qué tanto.
A cambio de pagar, los alemanes quieren armonizar los impuestos y centralizar el poder político, pero el apetito de la gente por la integración no llega a tanto. Otra versión del superestado sería aceptar que las políticas se mantengan nacionales, y los gobiernos tengan más poder para controlar a sus vecinos. Pero si Alemania paga las cuentas y le dice al resto de Europa cómo actuar, se arriesga a atraer hacia sí misma un destructivo resentimiento nacionalista. Existe otra opción: un rescate que limite, tanto el compartir la carga, como la pérdida de soberanía. Se trata de que la eurozona utilice sus recursos unificados, manteniendo colectivamente el respaldo de sus grandes bancos y emitiendo eurobonos para compartir el peso de su deuda. En lugar de construirse un sistema federal, se llenan dos huecos en el diseño original del euro. El primero, el financiero, se llenaría con un sistema regional de supervisión bancaria, recapitalización, protección de depósitos y regulación. La idea es no transferir todo a la UE, pero sí la supervisión y apoyo a los grandes bancos. Un primer paso sería usar los fondos de rescate de Europa para recapitalizar los bancos débiles, sobre todo en España y establecer un sistema común de protección de depósitos.
Para llenar el segundo hueco, el fiscal, los gobiernos deben manejar (y reducir) sus cargas fiscales. Bruselas no necesita hacerse cargo de los impuestos y los gastos, la solución es un eurobono más estrecho que mutualice una cantidad limitada de deuda por un tiempo limitado. Hay algunos peros. Un único regulador bancario podría requerir un cambio en el tratado, y los países tendrían que comprometer a sus futuros gobiernos a pagar su parte del interés sobre los eurobonos. Y Grecia necesitaría otro rescate más antes de entrar en cualquier esquema de mutualización. Se trata de una larga agenda, pero es más manejable que rediseñar la UE de arriba abajo, y menos costosa que una ruptura. Falta ver si los alemanes, austríacos y holandeses tienen la suficiente solidaridad con los italianos, españoles, portugueses e irlandeses para pagar, aun cuando hacerlo sería en su propio interés. Ha llegado el momento de que los líderes europeos, y Merkel en particular, se ocupen de esto.
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Este es el resumen del artículo "Otra opción" publicado en Mayo 26, 2012 en la revista The Economist.
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