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Adieu, la France |
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| Luego de que los socialistas tomaran el poder por última vez en 1981, bajo el mando de François Mitterrand, el nuevo gobierno llevó a cabo una serie de nacionalizaciones, apoderándose de 36 bancos y varios grupos industriales, antes de abandonar silenciosamente las políticas e incluso reprivatizar unas cuantas empresas. Pocos se sorprenden que los líderes franceses recibieran la elección de François Hollande como presidente con más que una sensación de temor. ¿Qué harán los socialistas en esta oportunidad?
La respuesta es que el Sr. Hollande parece querer poner un parado a las fuerzas shumpeterianas de la destrucción creativa para conservar el panorama de negocios de la nación en ascuas. Incluso antes de las elecciones parlamentarias a mediados de junio, en la cual los socialistas ganaban la mayoría de los escaños, la retórica en contra de los cierres de fábricas había estado creciendo. Arnaud Montebourg, un político de izquierda quien ahora es ministro de la “recuperación productiva”, peleó duramente contra los cierres durante la campaña. Cuando Lejaby, una marca de lencería, realizaba planes para clausurar su última planta francesa y mudar su producción a Túnez, él salió en apoyo del brassière tricolore (al final LVMH, un grupo de productos de lujo, rescató la fábrica de brasieres). Él incluso desea evitar que las fábricas se muden dentro de la misma Francia. Él protestó enérgicamente cuando Kawan Villages, una operadora de camping en aprietos, recientemente intentara mudar sus tiendas de campaña desde Burgundy hasta el suroeste, llevándose así a todos sus trabajadores con ella.
Ahora la nueva administración se va más allá de la retórica. Michel Sapin, ministro del Trabajo, ha prometido encarecerle tanto a las empresas los costes por despido de empleados que éstos ya no les valdrán más la pena. Las compañías que despidan a sus empleados mientras éstos sigan pagando dividendos serán penalizadas. Otra medida planeada es la de forzar a las empresas a que vendan sus fábricas, presuntamente en conjunto con las marcas que se fabriquen allí, a sus competidores en vez de clausurarlas.
Pero el Gobierno luchará para contener las fuerzas del mercado. Muchas empresas pondrán en espera sus planes de restructuración durante la campaña electoral, para así evitar controversias. Ahora una avalancha de despidos está en perspectiva. La Confédération Générale du Travail, un poderoso sindicato, ha advertido que unos 45.000 puestos de trabajo se encuentran bajo amenaza mientras PSA Peugeot-Citroën, un fabricante de vehículos con ventas en declive, y Carrefour, un minorista en aprietos, se preparan para efectuar recortes. En algunos de los casos, las empresas pudieran fracasar si no se les permite reducir los costes.
Es improbable que los socialistas sean terriblemente exitosos al evitar la destrucción de los puestos de trabajo, aunque todos ellos pueden ser demasiado efectivos, no obstante de manera involuntaria, reprimiendo la creación de empleos. Entre las promesas más populares de la campaña del partido estuvo la de cobrar impuestos a los ingresos de más de 1 millón de euros a una tasa marginal del 75%. Las consecuencias probables serán mucho menos admiradas. Algunas grandes empresas abandonarán Francia o mudarán sus gerencias al extranjero para poder escudar a sus ejecutivos del pago de impuestos. Eso los llevará a invertir y contratar más en el exterior que en casa. En este momento, los grandes líderes extranjeros de negocios no quieren unirse a empresas francesas. Un nuevo impuesto extra sobre los dividendos ha hecho enfurecer aún más al mundo de los negocios.
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Este es el resumen del artículo "Adieu, la France" publicado en Julio 23, 2012 en la revista The Economist.
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