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¿Deberían quebrar los grandes bancos? ¿Sí, o tal vez? |
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| En 1998, Sanford "Sandy" Weill estuvo detrás de la fusión de Citigroup y Travelers Group, que violaba, y en última instancia contribuyó a la revocación de la Ley Glass-Steagall, que exigía la separación rigurosa entre los bancos que trabajan con depósitos y los que invierten en los mercados de capitales. En una reciente entrevista, dijo que (como en la época de Glass-Steagall) los bancos deberían ser instituciones de depósitos, conceder préstamos personales e inmobiliarios, operaciones que no pongan en riesgo el dinero del contribuyente y que no los dejen en una posición de ser “demasiado grandes para caer”. Propuso también la creación de un segundo nivel de instituciones financieras que estimulen el riesgo y puedan lidiar con sus consecuencias, reconociendo que depósitos, corretaje de títulos, operaciones de inversiones y contratación de seguros tal vez no quepan bajo el mismo paraguas.
Según analistas, los comentarios de Weill apuntan a un cambio mucho mayor. Hay un coro creciente de voces en el sector financiero pidiendo la división de los grandes bancos, pues los recientes cataclismos mostraron cómo estos distorsionan o violan reglas de forma impune, incluso bajo un escrutinio regulatorio severo. Quienes apoyan la separación, desconfían de las motivaciones detrás de la construcción de instituciones financieras de mayor tamaño, sistémicamente importantes, que a medida que crecen conceden prestigio y remuneración excesivos a sus ejecutivos, para no hablar del riesgo financiero desmesurado para los depositantes, inversores y contribuyentes; pero consideran que los bancos universales pueden operar con éxito en diversos servicios financieros, si un órgano regulador fuerte y único decide lo que pueden y no pueden hacer. Esa autoridad no existe en EUA, donde coexisten varios reguladores sin verdadero poder y el sistema financiero continúa siendo vulnerable al choque sistémico.
Para otros, los problemas de las grandes instituciones financieras están en el tamaño, y en la complejidad de la unión de los bancos comerciales con los de inversiones. Llegaron al tamaño que hoy tienen en gran medida por fusiones aprobadas por los órganos reguladores y, en algunos casos, subsidiados por ellos, nunca a través de un mero crecimiento orgánico. Cuestionan que permitir a los bancos comerciales hacer inversiones haya sido la causa de la reciente crisis del sistema financiero, pues los bancos también pueden quebrar a la vieja usanza, haciendo malos préstamos, en este caso préstamos subprime concedidos a los dueños de inmuebles. Las concentraciones excesivas de riesgo de crédito no eran monitorizadas, administradas o comprendidas de forma adecuada. Y los bancos de inversiones pueden ofrecer riesgos aunque no trabajen con depósitos. El tamaño importa, pero no es tan crítico para el funcionamiento de los mercados de capitales y de la interconectividad.
Tal vez no haya manera de deshacer esas instituciones sin someterlas a una ruptura nociva. Varias de ellas cuentan con miles de subsidiarias en numerosos países. Es inconcebible que puedan ser sometidas a un procedimiento de suspensión de pagos organizado. La herramienta más útil hasta el momento es la exigencia del Gobierno de que toda institución financiera sistémicamente importante cree un plan organizado de solución rápida de desmantelamiento en situaciones de presión excesiva. Hubo una ronda en julio y ya el simple proceso de elaborar los planes hizo que algunas aligeraran sus estructuras demasiado complejas. La respuesta a esa ronda mostrará si los reguladores tendrán apoyo político y coraje para exigir que estas grandes instituciones financieras simplifiquen y ajusten su tamaño a dimensiones administrables.
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Este es el resumen del artículo "¿Deberían quebrar los grandes bancos? ¿Sí, o tal vez?" publicado en Septiembre 18, 2012 en la revista Knowledge @ Wharton.
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